FENÓMENOS PARASICOLÓGICOS DE GARABANDAL
DIECIOCHO AÑOS DESPUÉS
Por el Dr. Ricardo Puncernau, Neuropsiquiatra, Fundador de la A.E.I.P.
En estos tiempos en que el mundo está "revuelto" tanto a nivel eclesial, como internacional, como social, como familiar, como personal, lleno de injusticias y egoísmos, hemos escrito estas líneas, nos hemos atrevido a escribir estas líneas.
Son una serie de relatos sencillos, que tratan de los famosos hechos de Garabandal, vistos a través del prisma de un médico cristiano.
El hecho de ser cristiano me obliga a decir estrictamente la verdad, sino en el adorno, por lo menos sí en la esencia de la narración. En lo importante. Y aún me atrevo a decir, que en el adorno del relato. Por lo menos conscientemente, no me he apartado ni un ápice de lo que yo recuerdo.
Son cosas personales, mías, pero en relación con la historia de Garabandal. Cosas que nunca había dicho. Cosas que creo necesario decir.
El año próximo, 1975, es el Año Santo.
¿Qué mejor ocasión que ésta para exhumar hechos que parecían enterrados para siempre, pero que en realidad nunca lo han estado?
Es evidente que este librito ha sido escrito para los que ya conocen la historia de Garabandal. Sino fuera así, mucho me temo que no lo comprenderían, ni lo valorarían en lo que pueda tener de testimonio.
Barcelona, Diciembre 1974
Dr. R.P.
I
¿Por qué hice tantos viajes a Garabandal...? Pues en realidad ni lo sé...
Garabandal está a ochocientos kilómetros de Barcelona, ciudad donde resido habitualmente y donde tengo mi consultorio neuropsiquiatrico.
Mi buen amigo Jacinto Maristany, me instaba con frecuencia a que fuera allí.
Pero yo dentro de mí pensaba "no estoy para ver histerismos, que ya veo bastantes en mi profesión de médico".
Sin embargo...
Una noche después de cenar me llamó por teléfono y me dijo (yo entonces no tenía coche propio) que Mercedes Salisachs, la sin par escritora, partía a las cuatro de la madrugada para allí.
Me esperaría con el coche, en Enrique Granados esquina París.
Yo le contesté que me lo pensaría... que seguramente que si... pero que si a las cuatro no estaba allí que no me esperara...
¿Cualquiera me hacía levantar a las tres y media, para estar dispuesto a las cuatro, para partir hacia una aventura de niñas histéricas?
Cuando nos íbamos a acostar le conté a mi mujer el peregrino caso.
Nos arrodillamos al pie de la cama de matrimonio, para rezar las cortas oraciones de la noche que teníamos por costumbre.
Terminadas éstas, mi mujer abrió el armario, sacó la máquina fotográfica y ante mi sorpresa me la dio, mientras decía:
- Toma... ve a Garabandal y saca muchas fotos...
Aquel insólito gesto de mi mujer, que no me deja ni a sol ni a sombra, me sorprendió ¿Qué raro... ?
- Puedes llevarte a Margarita...
Margarita es la mayor de las chicas... entonces tendría unos ocho años...
- Pero...
- Nada, te vas a Garabandal...
La pequeña Margarita estuvo la mar de contenta de aquel viaje imprevisto. Total que sin guisarlo, ni comerlo, a las cuatro subíamos al coche de Mercedes Salisachs, y emprendimos el viaje a Garabandal.
El primero de los diez o doce que realicé después.
Todavía recuerdo que en un hotel de Zaragoza donde hicimos parada y fonda, y donde la amabilidad de Mercedes Salisachs nos invitó a comer, comimos arroz a la cubana, uno de mis platos favoritos.
Por la tarde proseguimos a toda velocidad el viaje y al atardecer de aquel día llegábamos a Garabandal.
¡Que delicia de paisajes! ¡ Que encanto de aires puros! ¡ Que desastre de camino de carros, desde Cossío a Garabandal! .
El coche patinaba, resbalaba junto al precipicio que daba al río, subía, empujando todos, una empinadísima cuesta, que era como una escalada al Naranco de Bulnes por la pared Norte, bueno por la más difícil.
Pasados los doscientos metros de la escalada y dado que Garabandal quedaba cerca, decidí ir a pie el resto del camino.
Los demás prosiguieron en coche, ya en el llano.
Yo fui paseando tranquilamente disfrutando del agreste paisaje de la montaña, reposando y tranquilo, después de tanto ajetreo cocheril. La carretera-camino, se había ensanchado un poco y era más potable.
A la izquierda de la carretera había una pequeña roca que apenas asomaba del suelo de un prado y sentada encima de ella a unos trescientos metros, se veía la figura de una jovencita vestida de blanco que aguardaba a su madre, que había ido a cortar o recoger de algún vecino huerto hortalizas o que sé yo.
Miré a la niña debía tener unos trece o catorce años, quizá más, quizá menos, ella sin moverse me miró a mí.
Fue, por lo menos para mí, una mirada especial. Yo sin conocerla sabía, que era una de las niñas videntes de Garabandal. No sé porque lo sabía, pero lo sabía.
Su vestido blanco resaltaba sobre la verde hierba del prado. Su figura me pareció muy gentil, en aquel atardecer, casi ya crepuscular, de mi primer contacto con alguien de Garabandal.
Y nada menos, según supe después, con la persona más importante, de aquellos extraños hechos que me habían relatado.
Lo más curioso es que cuando después la conocí, le dije que la había visto en el prado. Y ella me contestó de una manera intencionada e incisiva, de un modo sorprendente:
- Yo también te vi a ti...
Yo pensé dentro de mí "ojo doctor no te dejes engatusar..."Pero la verdad es que me sorprendió su contestación:
- Yo también te vi a ti...
Seguí andando. Pasada una curva del camino divisé Garabandal.
Sus casas vetustas y pintorescas.
Frente a una especie de plazuela, debajo de un único árbol, estaba aparcado el coche de Mercedes Salisachs.
II
Nos acomodaron, para poder dormir en una de las últimas casas del pueblo, casi a las afueras. Era una sucursal del "hotel Puncernau" como después explicaré. No tengo porque describir las callejas del pueblo iluminadas, si las había, por unas débiles bombillas y hechas un verdadero barrizal. Llenas de piedras y de cascotes.
Al desaparecer Mercedes Salisachs me encontré, aparte de la compañía de mi hijita, un poco perdido en la aldea.
Al final de la calle mayor del pueblo, siguiendo la carretera, se encontraba la taberna del Ceferino, que en aquel entonces ejercía las funciones de Alcalde del pueblo.
Una de sus hijas Mari-Loli, era precisamente otra de las videntes.
Ceferino estaba reunido delante de la taberna, en plena plazoleta con un grupo de amigos. Al acércanos el grupo de hombres nos miró un tanto suspicazmente. ¿Quiénes serán éstos? .
Intenté entablar conversación. Al decirles que era médico, se echaron un poco para atrás. Por lo visto los médicos no gozaban de muy buena fama.
Su reticencia no quitaba, no obstante, su amabilidad y buenas maneras.
Ceferino me pareció un hombre digno, un tanto cazurro y socarrón, pero como la mayoría de gente de Garabandal con un corazón de oro.
Todavía me acuerdo que más adelante y cuando nos hicimos amigos se iba a pescar al río, en tiempo de veda o sin ella, truchas para obsequiarme. Nunca he comido unas truchas tan buenas como en casa del Ceferino.
Al poco rato se corrió el rumor que Conchita había caído en éxtasis. Poco después Jacinta y Mari-Loli. Y finalmente Mari-Cruz.
En estado de trance se juntaron las cuatro y luego siguieron juntas rezando el Rosario, que la gente que las seguía, contestaba.
Heché un vistazo a la curiosa procesión y entré en la taberna del Ceferino a tomar una coca-cola.
En la taberna había una chica uruguayana que trabajaba en el "Folies Bergére" de Paris. Pronto entablamos conversación. Me dijo que ella no solamente no creía en aquellas supuestas apariciones, sino que no creía en nada de la religión. Había venido a Garabandal por simple curiosidad. Al cabo de un rato le propuse, salir fuera para ver lo que ocurría con las videntes.
Las vimos de lejos, agazapados en la sombra de una casa, como se dirigían rezando el Rosario, hacia la iglesiuca del pueblo.
Desde nuestro escondido observatorio mirábamos lo que pasaba.
De pronto vimos que Conchita, en trance, se destacaba de la procesión y se dirigía andando normal, pero con inusitada rapidez, hacia nosotros, que permanecíamos escondidos en la sombra apoyados en la pared de una casa.
Llevaba un pequeño crucifijo en la mano.
Yo pensé, ésta se ha enterado que eres médico y ahora viene a hacerte la gara-gara ¿Pero cómo te habrá visto? .
Pero no. Se dirigió a mi compañera y le puso a viva fuerza el crucifijo en la boca para que lo besara, una, dos y tres veces.
La Virgen María, también estaba por las bailarinas del "Folies Bergére".
Después Conchita igualmente en trance se unió a las demás y siguieron rezando el Rosario.
Mi compañera, la bailarina, se puso a llorar a moco tendido, con unos grandes y sentidos sollozos, tan desconsolados que pensé que le daba un ataque. La acompañé hasta los bancos de madera que estaban en el exterior y adosados a la pared de la taberna del Ceferino.
Se arremolinó gente, Intenté calmarla.
Al fin, pudo explicar, que había pensado "in mente": Si es verdad que se aparece la Virgen que venga una de las niñas a darme una prueba".
"Apenas hube pensado ésto, cuando Conchita vino corriendo hacia mí a darme a besar el crucifijo. Yo no quería y le aguantaba la mano. Pero ella con una fuerza inusitada me puso el crucifijo pegado a los labios y no me quedó más remedio que besarlo. Una, dos, y tres veces, yo la incrédula, la atea, la que no creía en nada. Ello me emocionó sobremanera".
Nos encontramos, como diré, en el tren de vuelta camino de Bilbao.
Más tarde sé, porque nos escribimos algunas, veces, que dejó el "Folies Bergére" y regresó con su familia al Uruguay.
Esta fue la primera experiencia de telepatía o telegnosia instantánea, que observé en Garabandal.
Mi hijita Margarita me vino a decir que tenía sueño. Eran ya más de las doce de la noche. La acompañé hasta nuestra habitación, esperé que se metiera en cama y me senté a los pies de la misma para hacerle compañía, por lo menos hasta que se durmiera.
Al poco me dijo:
- Papá... si quieres puedes irte... aquí no tengo ningún miedo...
¿De verdad...?
- Sí... vete tranquilo...
Le di un beso, le deseé buenas noches y la dejé durmiendo plácidamente.
Salí a las callejas. Hacía una noche fría y estrellada. Los luceros brillaban, para un barcelonés, con un fulgor inusitado.
Pensé si sería verdad, que la Madre del Cielo, velaba y protegía con los brazos extendidos a los habitantes y transeúntes de Garabandal.
Mis hijos no son miedosos. Sin embargo, para una chiquilla de ocho años quedarse s6la en las afueras de un pueblo desconocido, tan tranquila, no dejaba de sorprenderme.
Paseando por las callejas oscuras y solitarias del pueblo, yo también tenía esta sensación de protección.
Con la cantidad y cantidad de gente que ha subido a Garabandal, nunca ha ocurrido, que yo sepa, ningún accidente desagradable.
La única vez que cayó un camión cargado de obreros por un precipicio al río, nadie se hizo nada más que leves rasguños.
Y que conste que en aquellos tiempos, el camino carretera era para matar a un ejército entero, por más motorizado que estuviera.
Me fui a seguir observando el trance de las videntes. Pero me negué rotundamente a responder al Rosario. Podía tratarse de un fraude y yo no quería colaborar con él. Mi papel como médico era observar fríamente los hechos. ¿Pero qué premeditada frialdad de corazón, podía resistir el amable calor de Garabandal?
III
Encontré a las videntes frente a las puertas cerradas de la iglesiuca. Estuvieron un rato pegadas a ella, como si pidieran audiencia para entrar. Luego, sin perder el estado de trance se volvieron y extendieron los brazos en forma de cruz.
- Van a hacer el avión... van a hacer el avión -oí que susurraba la gente que las acompañaba.
Me pareció una expresión un poco populachera.
Pero sí, con los brazos extendidos se fueron a correr por las callejas de casi todo el pueblo.
Era muy curioso porqué daban la impresión de que apenas se movían, en una marcha un poco alada, como si fuera una película al "ralentí" como en una pseudo-levitación, pero la velocidad era increíble, tanto que los mozos del pueblo, jóvenes y fuertes, a pesar de sus esfuerzos no podían alcanzarlas. Esta forma de correr tan curiosa me recordó al "long som pa" de los tibetanos en estado de hipnosis. Creo que hay películas filmadas al respecto valiéndose de focos.
El "long som pa" es una marcha especial de los tibetanos en estado de trance, de auto hipnosis, que les permite recorrer grandes distancias a toda velocidad y sin cansarse. Andan de, modo parecido a si volaran. Con unos movimientos rítmicos, acompasados. Es, en resumen, un fenómeno parapsicológico en estado de auto hipnosis.
Después de correr por todo el pueblo volvieron al paso normal y al poco rato salieron del trance sonrientes.
Punto aparte, merece la entrada en trance y su salida del mismo.
Ellas decían que tenían tres llamadas. La primera era como un "ven", acompañada de una sensación de alegría, la segunda era "como un ven... corre... ven" con mucha mayor alegría y mucho más apremiante. La tercera llamada, coincidía con la entrada fulminante en éxtasis.
Ellas, las niñas, decían, ya tengo una llamada, ya tengo dos llamadas. Los espacios de tiempo entre las mismas eran completamente irregulares.
Alguna vez, cuando sabía que ya tenían dos llamadas, procuraba hablar con ellas intentando distraerles y sobre todo hacerlas hablar de algo que las interesara. A veces en mitad de una palabra caían fulminadas, de rodillas, en estado de trance. A pesar de que se las veía interesadas en lo que estaban relatando.
Ello me llamó mucho la atención. No es la forma normal de entrar en un trance hipnótico tanto más si la persona no está condicionada a un signo señal. Entre los asistentes no había nadie capaz de entender de ello. Ni saber siquiera de qué se trataba.
IV
Más de una vez habíamos ido con Conchita a las brañas, a llevar la comida a alguno de sus hermanos. Incluso alguna que otra vez nos habíamos quedado a hacer una comida campestre. Con Aniceto habíamos llegado hasta ver Tudanca, desde lo alto de la braña.
Había organizado una espantada, para que pudiéramos saborearlo, de caballos salvajes. Mientras tanto Conchita se había quedado a preparar la comida. Nos íbamos todos los acompañantes de excursión un poco a regañadientes, pues todos hubiéramos preferido quedarnos al lado de Conchita. No teníamos bastante con todo el largo camino en su compañía, queríamos más.
Que chiquilla más encantadora. Bonita y pícara en el buen sentido de la palabra. Con un inteligente y fino sentido del humor. Buena sin mojigaterías, ni ñoñerias. Completamente normal. Bromista y simpática, era una chiquilla que enamoraba.
Yo había visto a muchas personas, hombres y mujeres, incluso sacerdotes completamente embobados con ella.
Era de una corrección exquisita, con todo lo que pudiera significar el más leve asomo de impureza. Y la gente en general, excepto un par de desgraciadas actuaciones, se embobaban con ella, pero siempre se comportaban con la máxima corrección. Había una corriente de amor cristiano puro y sin mácula. De verdadero amor.
Del mismo amor de la Madre Celestial. Hacíamos ya en el camino de vuelta, todas las chiquilladas imaginables, nos reíamos como tontos, pero nunca observé en ella ni el más leve asomo de picardía malsana. Quizá por ello mismo era tan atractiva. Nos tirábamos piedras en plan de broma y hacíamos campeonatos para ver quien era más alto. Los dos hacíamos trampa, poniéndonos disimuladamente de puntillas.
En algún momento no obstante se quedaba seria y como ausente.
Como si tuviera alguna especial vivencia interna.
Esta, era la mejor forma de conocer a la chiquilla, más que haciéndole exámenes y tests, aunque también se los hice.
Lo mismo podría decir de Jacinta, Mari-Loli y Mari-Cruz. Unían a su gallardía castellana o montañesa, una simpatía sin límites.
Una vez Mari-Loli me contó, las primeras veces, cuando era pequeñita, que estaba fastidiada, porque la gente de día y de noche la seguía a todas partes y ni siquiera la dejaban hacer pipí con tranquilidad. Teniendo en cuenta que en todo el pueblo había un solo "water closet".
Nada de baterías ñoñas. Todo sencillo y normal. Nunca observé que se quisieran hacer las santitas.
Desde luego no citaré los nombres de los desgraciados que quisieron insinuarse malévolamente con Conchita. Insinuación que por otra parte quedó de inmediato cortada, por la propia interesada.
Era curioso observar, como he dicho antes, que todo el mundo deseaba la compañía de las chiquillas, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, curas y seglares.
Sin duda enamoramiento transferido a la Virgen, a la que ellas decían que veían y hablaban. Pero en muchos casos el amor no trascendía, sino que se quedaba en las propias chiquillas, cosa por otra parte que me parecía muy humana y natural. "Honni soit qui mal y pense".
Cuando ya Mari-Cruz no tenía aparición y las demás niñas sí, me dio pena, la notaba triste por aquel motivo. Le di mi anillo de matrimonio, para que lo diera a besar a la Virgen, como acostumbraba a hacer.
En aquel viaje me quedé en Garabanda1 tres días y medio.
Ella muy contenta se puso mi aro en uno de sus dedos.
Pasaron los tres días y Mari-Cruz no tenía aparición, no entraba en trance. La noche del día que me debía marchar, le dije "tendrás que devolverme el anillo, pues a las tres de la noche debo marcharme". "Déjemelo un poco más... a lo mejor esta noche tengo aparición". Se lo dejé.
Las otras tres entraron en éxtasis. Iban las tres andando en trance, cogidas del brazo. Mari-Cruz se acercó se cogió al brazo de una de las otras, levantó la cabeza y así anduvo diez o doce pasos, para ver si le prendía el trance también a ella. Pero no hubo trance. Sé desenganchó triste, sin decir palabra, me devolvió el anillo y se alejó cabizbaja. He de decir, no obstante, que el anillo ya había sido besado otra vez, en un éxtasis de Conchita. Explicó ésto para que se vea hasta que punto el éxtasis venía cuando venía... no cuando ellas querían.
El transparente comportamiento de Mari-Cruz no podía engañar a nadie. Yo, si le di el anillo, fue por puro cariño hacia la niña y porque me daba pena verla triste. No se trataba de ningún ardid.
V
En una de las excursiones a la braña, me quedé a comer invitado por Serafín, el hermano mayor de Conchita. Mi hijo Augusto, invitado a tomar leche, tal como salía de la vaca, no la pudo digerir o quizá le diera asco, la cuestión es que la vomitó.
Se encontró mal y bajó al pueblo donde aquella vez, estaba mi mujer, Julia.
Me quedé pues, sólo con Serafín y comimos en la cabaña de las vacas. Después de comer intenté tirarle de la lengua, pues se decía que sabía por Conchita cuando sería el Aviso.
Saqué la conclusión de que si lo sabía, no lo quería decir. Lo único que saqué en claro fue, que iría precedido de un especial acontecimiento en la Iglesia, que después de muchas preguntas y deducciones me pareció sacar en claro, por lo que él me dijo un tanto oscuramente, que sería algo parecido a un Cisma. 0 yo lo entendí así.
Me contó que en invierno se pasaba meses enteros sin bajar al pueblo.
Le pregunté en que pasaba el tiempo y me respondió que pensando y leyendo alguna que otra novela, de tres al cuarto.-
Serafín era en aquel entonces un hombre muy simpático y agradable.
Estaba un si es no es dudoso, de las cosas que le ocurrían a su hermana.
Me repitió lo que ya me había dicho Aniceta, que Conchita era muy dada a la broma, que a veces llevaba a ultranza. Daba, sin embargo, la impresión que se encontraba desorientado, frente a todos aquellos insólitos hechos.
Le pasaba como a mí, que creía, como le decía a Conchita, "cinco minutos sí y cinco minutos no".
Pero fuera lo que fuera, lo que es verdad es que notaba en mí un aumento de fervor religioso.
Al caer la tarde, bajé sólo, hacia el pueblo por el camino de las brañas. Me paré un momento, donde no se quién, había tenido según me había dicho Conchita, un niño. Allí mismo sobre una roca.
Recé un Avemaría al pasar por el talud, donde se deslizaban a veces enormes piedras, formando una especie de "río de piedras".
Atravesé antes, el riachuelo, me entretuve contemplando el paisaje duro y salvaje y cuando desemboqué cerca de la casa de Aniceta, había la acostumbrada tertulia de los atardeceres, en el banco de madera adosado a la pared de la casa, cuya alma era ¿cómo no? la propia Conchita. Alguna que otra mujer empalagosa, siempre la tenían cogida del brazo, como si fuera una reliquia viviente.
Allí se hablaba de todo y de nada. Había los que aceptaban la conversación intrascendente y divertida, pero habla otros, entre ellos algún que otro sacerdote, que no paraban de hurgar y preguntar, de marear a la pobre niña. ¡Qué santa paciencia!
Con frecuencia en estas tertulias estaba sentado en el estrecho banco de madera, el abuelo de Conchita, un viejecito la mar de simpático y jacarandoso.
De todas maneras Conchita sabía zafarse de visitantes demasiado impertinentes y subía a sus habitaciones o se ponía a saltar a la comba.
VI
Este relato no tiene más mérito que dentro de nuestras limitaciones humanas, dentro de los que nos hacen conocer nuestros sentidos, dentro del uso recto y correcto de la inteligencia que Dios nos ha dado, decir la verdad y nada más que la verdad.
Y no digo toda la verdad porque el relato se haría interminable y yo volvería a hacer un nuevo infarto de miocardio, de tanto escribir a máquina.
Sin otra preocupación, escribo pues, despreocupadamente, de los hechos o circunstancias que recuerdo bien y con claridad.
Escribo como médico cristiano, pero más médico, que cristiano.
Que por favor ningún fanático se escandalice, como ya me ha ocurrido otras veces.
Pero lo que sí es un hecho de observación y de introspección, es que nadie se cansa nunca de hablar sobre Garabandal. Además, estas charlas, que a veces son repetición de otras anteriores, nunca cansan y van acompañadas de una rara alegría interna para el que las pronuncia y hasta me atrevería a decir para el que las escucha.
Mi mujer a oído muchas, muchas veces, la misma conferencia, más o menos y me dice que me estaría escuchando toda la vida. Estaría escuchando cosas, que sabe a veces mejor que yo.
Soy un hombre al que fastidia extraordinariamente tener que repetir una misma conferencia médica o para-médica. Huyo de ello como de la peste. Es superior a mis fuerzas.
Sin embargo, en tratándose de Garabandal, no me canso, sino que me gusta y hasta me da una inusitada alegría. Es como una borrachera de alegría.
Y no sólo en conferencias, sino en simples reuniones o tertulias.
Tanto es así, que teníamos que estar sobre aviso porque sino, nos daban las tres y las cuatro de la mañana, charlando de Garabandal. Y lo más curioso es que era un eterno "ritornelio" sobre los mismos temas. Era un hecho asaz curioso.
Probablemente el demonio también metía baza en el asunto, porque surgían una especie de celos malsanos, de haber sido el primero de enterarse de una cosa, o de gozar de mayor intimidad con las niñas, o de presumir, cosa que en general no era cierta, de estar en posesión de algún secreto desconocido para los demás. Era una presunción y unos celos un tanto estúpidos, que no podían ser más que obra del Tentador.
Pero lo cierto es que he llegado a dar, unas noventa conferencias sobre Garabandal, la mayoría con la colaboración gráfica de David Clúa, sin fatigarme jamás. Y siempre tenía que acortar, pues sino las conferencias temía se hubieran hecho inacabables y pesadas.
Me limitaba, como hago en el presente escrito, a los hechos más importantes. Este cariño a todo lo que se refería a Garabandal, se extendía de una manera espontánea a todos los Garabandalistas, excepto a media docena de fanáticos, que con toda la buena fe, estoy seguro, se pasaban muchas veces de la raya. Con motivo de un opúsculo que publiqué, en el que, para demostrar el poco aprecio que teníamos de las cosas de la Madre, se me ocurrió ponerle encima, una mancha de tinta. Me escribieron unas cartas feroces, impropias de cristianos, que todavía conservo en mi poder. ¡Y ésto en nombre de la Virgen...!
Pero aparte de este grupito de fanáticos a ultranza, el resto de Garabandalistas, me parecieron gente muy sensata y muy buena, que prestigiaban sin duda los hechos de Garabandal.
No digamos de la gente del pueblo, que a pesar de todas las suspicacias ("nadie es profeta en su tierra") y dudas, eran una gente tan buena, que me hubiera quedado a gusto a vivir con ellos.
En este quehacer de difusión de Garabandal, más adelante nos ayudó por su cuenta, el bueno del doctor Sanjuán Nadal.
Continua 2ª parte. Dr. Puncernau
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